La imagen perfecta es una cuestión muy debatida y, valga la redundancia, cuestionada. En muchas ocasiones se tilda de superficialidad el atender con entusiasmo estos asuntos, a aquella persona que acude a su portal de peluquería y estética, revistas especializadas y centros de belleza a preocuparse por su imagen. Pero debemos aprender a distinguir entre lo que se pretende criticar y lo que realmente es un signo de bienestar y foco de autoestima.
El estigma de la imagen 10 frente a la imagen perfecta
Una imagen perfecta no tiene por qué ser una imagen de 10. La esclavitud de las tallas 90-60-90 que tanto se ha promulgado nocivamente y que nos ha hecho memorizar a todos estas cifras mejor que nuestros números de teléfono es el hecho verdaderamente criticable: cuando existe un mandato social impuesto que nos obsesione por conseguir aquello que no somos y que tanto nos cuesta alcanzar.
Sin embargo la imagen perfecta es lo que nosotros consideremos como la imagen que más nos favorece. ¿En cuántas ocasiones lucimos espectaculares para un evento un sábado, al que hemos acudido a nuestra peluquería y centro de estética de confianza, y posteriormente el lunes no hemos tenido problema alguno en acudir al trabajo con la cara lavada y aun así sentirnos estupendamente? Ambas imágenes son proyecciones de nuestra personalidad, y ambas imágenes nos enriquecen y forman parte de nosotros mismos, sin artificios.
Dejarse aconsejar, nunca mandar
¿Quiere decir esto que es el mundo de la moda el que nos empuja a luchar por un canon de belleza imposible? Es la consideración que tengamos del mundo de la moda lo que puede ser visto como una imagen distorsionada de la realidad, cuando pretendemos imitar y no inspirarnos.
La moda y todo lo que lo rodea es una herramienta, una forma de saber qué y cómo nos puede favorecer más una imagen no ya para nuestro día a día, sino para ocasiones especiales, momentos en los que queramos sentirnos mejor y expresarlo así, en definitiva cuando queramos.
Al igual que ser aficionado a la gastronomía no significa dejar de lado la cocina casera y lanzarnos al consumo de restaurantes de estrella Michelín, podemos aprender de los grandes maestros de la cocina o incluso ponernos ocasionalmente en sus manos sin que ello nos suponga un derroche o algo de lo que sentirnos en desacuerdo.
Lo mismo ocurre con el mundo de la belleza, siempre que no se convierta en obsesión, disfrutarlo y ponerlo en práctica puede reconfortarnos más que suponernos algo de lo que pedir disculpas.
El camino hacia una belleza natural
En arquitectura, el genio Mies Van der Rohe puso en evidencia una máxima que ha sido copiada y extrapolada a otras ramas, también en el caso de la moda, y no es otra que la expresión “menos es más”.
En el mundo de la estética, como en el de la arquitectura, podemos hacer uso de barroquizantes productos que nos realcen de forma más o menos artificial, pero está en un uso profesional o adecuadamente aplicado, que con un mínimo de recursos, podamos realzar aquello que mejor nos sienta y ensombrecer aquello con lo que no nos sintamos a gusto.
En resumen, la estética no es un disfraz ni algo artificioso, la estética al igual que la moda es una herramienta que nos puede ayudar a sentirnos mejor con nosotros mismos: está en el uso que hagamos de ella y en la interpretación que le demos la diferencia entre una cuestión de autoestima o de superficialidad.